El arlequín de Venecia
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Cuentan las antiguas antiguas que hubo hace siglos, en un oscuro callejón de la antigua Venecia, un arlequín cuyas historias y poemas acompañaba con su amada, su compañera. Ésta, muñeca de porcelana esculpida por sus manos, guardaba una larga y trágica historia, la que pesaba sobre ambos. Años atrás había existido una joven bailarina, danzaba entre y para la pobreza, para que mendigos y niños abandonados no dejasen morir su alma.
Maltyse era el nombre de la muchacha bailarina, y cada vez que comenzaba su baile hasta los ennegrecidos muros de la calle la observaban. Pero no todo era tan bonito como lo hacía ver en sus danzas. Una grave enfermedad amenazaba con llevársela cualquier día, en cualquier momento.Mientras pintores y poetas extranjeros la pintaban y observaban, un pobre arlequín, con sus menudas manos, tallaba en madera su figura danzante.
Cuando una noche, después del último espectáculo de la bailarina, la siguió hasta un angosto callejón, la encontró tendida en el suelo, rodeada de palomas curiosas. El arlequín se acercó presuroso y se inclinó para darle la vuelta. Cuando consiguió girarla del todo la vio pálida y ojerosa, un hilo de sangre recorría la comisura de su boca y caía hasta su pecho, manchando su andrajoso y único vestido.
El joven arlequín la cogió en brazos y la llevó hasta su casa, un castillo abandonado y deteriorado por el tiempo.Finalmente, y gracias a los cuidados del muchacho, la bailarina despertó. Miró a su alrededor y se descubrió a sí misma tallada en cientos de estatuas de madera. Todas eran igual de hermosas, tan hermosas como ella.
Su mirada topó con lo que parecía ser otra estatua más, pero a mayor escala.
Estaba tapada por un velo de gasa por lo que podían adivinarse unos hilos por debajo de éste.
Se acercó tímidamente hasta el objeto tapado, sintiéndose ladrona del secreto que albergaba bajo el velo. Tiró de éste y ante su asombro descubrió otra bailarina más, pero de porcelana.
Varios hilos pendían de las extremidades de la bailarina haciendo que, gracias a las articulaciones movibles que el arlequín había creado, se pudiese mover.
La bailarina acercó su mano hasta rozar con los dedos las facciones de la bella estatua, su boca, sus ojos cerrados...
Nada más tocarla sintió como una fuerza invisible empujaba su alma a salir de ella.
Se debatió intentando alejarse de la bailarina de porcelana, pero era incapaz de alejar la mano.
Un último grito fue arrancado de su garganta antes de perecer para siempre.Cuando el arlequín llegó al antiguo castillo provisto de dos trozos de pan, descubrió en el suelo de la habitación, donde se había alojado la bailarina, su andrajoso vestido, y encima de éste la muñeca de porcelana esculpida por sus manos. Pero había algo especal en la figura, sus ojos se habían abierto.
El arlequín pintó de verde los ojos y entre lágrimas y sollozos cosió un vestido para la muñeca con la tela del de su amana bailarina, sin olvidarse de añadir un hilillo de tinta roja que descendía de la boca de la figura hasta el vestido, manchándolo de por vida.Desde entonces el joven arlequín acompaña sus tristes historias con la compañía de la bella bailarna de porcelana, haciéndola danzar gracias a los hilos que creó.
Y cada noche, dos ares de piernas cuelgan del puente de los suspiros, dos de porcelana y las del arlequín, el cual solloza el nombrede su bailarina amada... Maltyse...