Vida en el Duranguesado


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    Buena parte del tiempo que allí me sobraba, invertía yo en pasearme por las ante iglesias o pueblecitos que rodean la villa. A todas las mujeres que encontraba les pedía plática, con idea de ejercitarme en el vascuence, lengua preciosa, les decía yo, que deseaba poseer...; como que mi
    estancia en Durango no tenía más objeto que aprender el idioma vasco.

    Ya poseía veinticuatro lenguas, entre ellas todas las orientales, y además el catalán y el chino. Con estas y otras sutilezas iba entrando en la confianza de ellas, y como ya sabía no pocas frasecillas éuskaras, me divertía, bromeaba, y con alguna logré asomos de intimidad, que andando días llegaron a mayores, proporcionándome sabrosos ratos a la sombra de espesos laureles o nogales.

    Fuera de estos experimentos harto arriesgados y de compromiso, vivía yo confinado en la desabrida normalidad de la casa y sociedad de mi hermana, rezando el rosario con mi padre, oyendo la cancamurria de los ojalateros que le hacían la tertulia, o el relato de lo que ocurría en la
    facción lejana. Mi único recreo, las más de las tardes, era jugar a la pelota con mi sobrino mayor y otros chicarrones del pueblo, en el trinquete próximo a Barrencalle, donde vivíamos.

    Por las noches, arrimados a la lumbre si hacía frío, o reunidos en la sala baja, había de aguantar el chaparrón de la hojalatería carlista, que ni poco ni mucho me importaba. Ello era como vivir en un Limbo todo tristeza nebulosa, y ya me cansaba ¡por Júpiter!, tan miserable vida. Los asistentes a la casa eran vecinos de mi hermana y amigos de su marido, algunos curas que olían a pólvora, y hombrachos aguerridos que apestaban a inciensoUna noche vi a mis buenos ojalateros tan movidos al optimismo, que hube de prestar más atención a sus ardorosos comentarios. Según noticias mandadas con un propio por mi cuñado Zubiri desde Lecumberri, donde a la sazón estaba, el grito se daría muy pronto en la frontera de Navarra, proclamando la Monarquía cristiana y su cabeza don Carlos, alias Duque de Madrid, nieto del glorioso don Carlos María Isidro. Habían concluido, pues, las vacilaciones entre los consejeros del Rey; ya los Elíos, los Radas del orden militar, los Morales y Manterolas del civil y eclesiástico, habían superpuesto su opinión guerrera a la de los Nocedales y Canga—Argüelles que en los ocios de Madrid predicaban la paz. Ya el hijo de cien reyes, por la recta línea masculina, desenvainaba el acero, y seguido de sus leales, pasaba la raya de Francia, y con bravura y ardor repetía la frase guerrera del comunero episcopal Acuña: ¡Adelante mis clérigos!

    La buena sombra, que a todas partes me acompaña, deparome un amigo, cuya compañía y grata conversación suavizaban la rigidez monótona de mi vida en aquellos días de Mayo. Era el tal un donoso cura, don José Miguel Choribiqueta, rector de la iglesia de San Pedro de Tavira, viejo ya el
    hombre y cascado, algo enfermo de los ojos, que recataba con vidrios verdes, carácter jovial, ameno y comunicativo. Asistente por rancia costumbre a la tertulia de mi hermana, se aburría como yo de las hojalaterías enojosas, y me hacía el favor de sacarme de paseo por las alegres campiñas. En cuanto le traté, vi en él a uno de esos hombres que, habiendo realizado en la plenitud de la vida lo que le imponía su conciencia, llevando a la esfera de los hechos su fe, su valor y su buen criterio, miraba con desdén a los que imitar querían en peores tiempos los mismos actos y las mismas virtudes, o lo que fuesen. Don José Miguel, héroe de la otra guerra, no podía desechar la idea de que lo pasado fue mejor, ni admitía que hubiera dos epopeyas en un mismo siglo. "A solas con usted, señor don Tito — me decía en castellano corriente, aunque un poco turbio —, me reiré de estos majaderos, que quieren repetir... ya, ya... para repeticiones stamos. Aquellos eran otros tiempos, aquellos eran otros hombres...

    Dígame usted, señor don Tito, qué guerra pueden hacer, ni qué lauros conquistar Fulgencio Carasa y Jerónimo García...".
    — No les conozco, amigo mío, y esos nombres escucho ahora por primera
    vez.
    — Pues no pierde usted nada con no conocerles... Como si el mandar tropas fuera cosa de juego... Oiga usted. Yo mandé tropas desde el 33 hasta el convenio de Vergara, que Dios confunda; yo tengo mi cuerpo lleno de agujeros, cicatrices y costurones.
    Yo...; no es que yo lo diga... Ahí están los partes de la campaña, desde el gran Zumalacárregui hasta el bribón de Maroto...; en algún archivo estarán...; véanlos...



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    En tanto, mi padre, mi hermana y otras personas que por su metimiento en la casa eran como de la familia, apartaban a ratos su atención del grave negocio bélico para ocuparse de mí. Queriendo resolver de golpe y porrazo el problema de mi vida y asegurarme la felicidad, decidieron casarme... ¿Con quién? Con
    una zagalona, más alta que yo en media vara, llamada Facunda, hija de un pariente de mi cuñado Zubiri, y heredera de cuatro caseríos de valor, según dijeron, situados en la risueña vega que fertiliza el río Durango. La que me destinaban para compañera de mi existencia en todo lo que esta me durase, era... Dejadme tomar resuello, que esto es muy grave.

    Era una muchachona desgarbada, más sosa que las calabazas que a mi parecer crecen a la puerta del Limbo; tan cerrada en el habla vascuence, que apenas podía decir en castellano frases premiosas, trabucando los casos, descoyuntando la sintaxis como lo harían los mismos demonios.
    Desde que la vi, me fue atrozmente antipática, por su ceño displicente, la sequedad de su trato, y algo que en ella noté, como sombra o trasluz de un brutal fanatismo. Casándome con ella, según me manifestó mi padre en una sesuda conferencia, sería yo poseedor de cuatro caseríos, dos de
    ellos en Santa Polonia, lo más hermoso de la vega de Durango; otro en Malespera, y el cuarto en Leguineche. El cuidado de mis tierras y ganados acabaría de limpiar mi cabeza de los miasmas cerebrales, que me habían puesto al borde de la locura en la mil veces endemoniada Villa y Corte.
    Aunque estos proyectos y augurios me desconcertaban, fingí conformidad con la idea paterna, esperando que algún inopinado quiebro de mi destino me sacara de aquel compromiso sin oponerme derechamente a los planes del pobre viejo.

    Los padres de mi novia eran admirable pareja para presentar como maniquíes vestidos al tipo éuskaro en un museo etnográfico. Con ambos hablaba yo mediante intérprete, pues sólo jirones desgarrados del idioma castellano les habían entrado en la mollera. El padre pareció mirarme con
    simpatía y alegrarse de tenerme por yerno: dijo que, siendo yo persona de mucha lectura y escritura, podía enseñar algo a la chica que se conservaba cerril. No le habían enseñado más que a rezar y a escribir y leer torpemente. Era un ángel, eso sí, muy buena y obediente; sabedora
    de todas las artes caseras, y tan excelente labradora del campo que valía por dos hombres de los más fornidos. La madre no fue, a mi parecer, tan propicia, y puso el reparo de mi corta estatura, por lo cual no haría buen ayuntamiento con la yegua que el Cielo le había deparado por hija...
    También la chica, mi novia o prometida, Facunda Iturrigalde (allá van nombre y apellido), me motejaba por chiquitín; la risa no iluminaba su rostro inexpresivo y mofletudo sino cuando se hablaba de mi corta talla, y algo decía en vascuence que hacía reír... Era sin duda un concepto
    semejante al de La Niña boba, de Lope, cuando le presentan el retrato de medio cuerpo del novio que le destinaba su familia: Eso es no tener marido — siquiera para empezar.

    @Miramolín @Doctor-Trivago :gaydude:



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    Español medio escribiendo sobre vascos:
    Este personaje será un cura, se apellidará... Dospájarostera. Sí, ese apellido da el pego. Buah, soy la putísima hostia.
    Hubo un abrazo de Vergara. ¿Quién será ese Vergara? No estoy seguro, pero seguro que fue importante. No vayamos a hacer como que no sabemos quién es ese señor, no; eso no pué ser. Pondremos "que Dios confunda", jajaja, nadie sabrá que no sé quién es Vergara. SOY UN PUTO GENIO.
    ¿Cómo era aquel apellido? ¿Iturralde? No, hombre, no. Eso no tiene sentido. Fuente es Iturri, no Itur, porque me se ha dicho, jajaja, Iturrigalde, ¡eso es!
    Benito, jodido bribón, ¡lo has volvío a haser! Fechar, firmar, entregar y a esperar los laureles del Parnaso.
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    Pillado. Efectivamente ese es el autor.
    Por un lado comparto contigo (hasta ahora era una idea que rondaba en mi mente) que hay algo impostado en ese libro (y entiendo que obviamente en su obra).
    Como te digo me ronda en la mente a cada página que leo, pero tú lo has verbalizado.
    Por otro, si el valor histórico de sus novelas no es mucho, me siento estafado. Literariamente me parece entretenido, pero justito. Lo he empezado a leer buscando información sobre el convulso siglo XIX español.

    Aún así, me gusta la descripción que hace de esa sociedad. Con gusto me hubiera convertido en un habitante de las región. Calmado, temeroso de Dios, y costumbrista a más no poder.

    En fin, mis dies. No hay quién te pille. :mgalletas:



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    @dehm dijo en Vida en el Duranguesado:

    Pillado. Efectivamente ese es el autor.
    Por un lado comparto contigo (hasta ahora era una idea que rondaba en mi mente) que hay algo impostado en ese libro (y entiendo que obviamente en su obra).
    Como te digo me ronda en la mente a cada página que leo, pero tú lo has verbalizado.
    Por otro, si el valor histórico de sus novelas no es mucho, me siento estafado. Literariamente me parece entretenido, pero justito. Lo he empezado a leer buscando información sobre el convulso siglo XIX español.

    Aún así, me gusta la descripción que hace de esa sociedad. Con gusto me hubiera convertido en un habitante de las región. Calmado, temeroso de Dios, y costumbrista a más no poder.

    En fin, mis dies. No hay quién te pille. :mgalletas:

    Las críticas sobre Los episodios nacionales suelen ser muy buenas y puedes fiarte de que son aceptables y que es una gran obra en conjunto. Si puedes tolerarlos, adelante con ellos.
    A mí, lamentablemente, me echa para atrás su forma de escribir y no he podido avanzar ni siquiera en Luchana, que es el que va sobre la primera carlistada.
    En fin, que algún día los leeré, si Dios quiere... Pero dentro de muchos años. :ahsisi:



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    oc





Has perdido la conexión. Reconectando a Éxodo.